De la gratuidad a la responsabilidad

A propósito de El emisario, de Raúl Teixidó

por José Ortega 

The University of Wisconsin-Parkside, Humanistic Studies Division

Teixido | El emisario [tapa]La novela El emisario, del escritor boliviano Raúl Teixidó (cronológicamente, su segunda obra, precedida por el libro de relatos Los habitantes del alba), se inscribe dentro de los parámetros de la problemática existencialista, y está centrada en el compromiso del autor con el tiempo y las circunstancias que le ha tocado vivir (en último término, con la sociedad). Un proceso dialéctico que involucra lo individual y lo social como un todo indivisible.

La antítesis radica en los personajes (ambos, escritores); Emilio Lamar, que cultiva un realismo social insobornable y, en el otro extremo, Luciano Alvear, poeta y aristócrata, en plena decadencia física e ideológica.

Lamar, el narrador-personaje de la primera parte, va informando al lector, a través de sus reflexiones, del origen de su compromiso social, según un criterio obviamente sartreano (“abandonar el sueño imposible de hacer una pintura imparcial de la sociedad y de la condición humana”, dice el filósofo en su ensayo ¿Qué es la literatura?).

El padre de Emilio, un viejo republicano español, fue determinante en la vocación literaria (regentaba una librería) y política del futuro escritor, vinculado a Domingo L. Martino, amigo de su padre y director de un periódico de contenido político, llamado Tribuna del Pueblo. El cierre de este órgano de difusión por censura gubernamental, el encarcelamiento y posterior destierro de sus responsables, serán hitos en la consolidación ideológica de Lamar, autor de dos novelas de gran difusión, Los irredentos y En vísperas de la tempestad, que ponen de manifiesto su carácter de intelectual militante.

La segunda parte de la novela nos detalla, en paralelo, la vida y obra del esquivo y distante Luciano Alvear, viajero erudito y melancólico, que vivirá un idilio atormentado en el ocaso de su vida: cuando ésta parecía a punto de terminar, tiene la impresión de que empieza de verdad: ¿dónde estuve todo este tiempo?, se preguntará, angustiado. El desequilibrio subjetivo de Alvear se traduce en dos matrimonios fracasados y en sus particulares evasiones del “mundo real”; sus monólogos interiores nos permiten asomarnos al caótico universo emocional del personaje. Sin embargo, la presencia de una enfermedad incurable determinará que se cuestione la legitimidad de su obra respecto al criterio que la juzgue a posteriori, es decir, cuando él ya no se encuentre en condiciones de asumir su propia defensa. “(…) Ahora, tardíamente, desciende a mí la claridad”, expresa.

Lo que no es óbice para que Alvear, en una especie de manifiesto poético titulado El octavo día de la creación, rompa con los valores de la clase social parasitaria a la que ha pertenecido de un modo únicamente formal, no así “en espíritu”. Luciano Alverar experimenta, por lo tanto, una evolución: la belleza como postulado abstracto se enfrenta al mensaje profundamente humanista que conlleva su obra poética, erróneamente valorada, según él, excepto por Emilio Lamar, que ponía de manifiesto precisamente dicho aspecto, en un ensayo que Alvear leyó con entusiasmo. El afán de compatibilizar el deseo de lo absoluto como objeto de la poesía “pura” con la necesidad histórica de representar a un espíritu de su tiempo, coinciden dramáticamente con la crisis ideológica de Alvear, su enfermedad y su muerte.

AlvearGraciela San Martín (el único amor verdadero de Alvear) surge demasiado tarde en su vida, como todo lo demás. La muchacha conoce al poeta precisamente en el sanatorio, y entre ambos se establece una sintonía espiritual casi inmediata, puesto que son, casi, almas gemelas: ambos pertenecen a la misma categoría social, enfrentan problemas de identidad (escisión entre el mundo material y espiritual).

Alvear se esfuerza por asumir su enfermedad como parte de su destino; Graciela se hizo enfermera, buscando un refugio a las contradicciones que enturbiaban su vida.

La pesadilla que precede a la muerte de Alvear es la postrer repulsa contra la “inautenticidad” que impregnó su existencia material. Dedicará a Graciela su último poemario, Gacela nocturna, escrito durante su estancia en el sanatorio.

La tercera parte de la novela recoge las conversaciones que mantienen Graciela y Emilio Lamar tras la muerte de Alvear, la reconstrucción de la vida espiritual del poeta y el valioso testimonio que ella proporciona sobre sus últimos días de vida. “He vivido en medio de filisteos, incapaces de aceptar un espíritu como el mío, consagrado al arte, a la belleza”, le había dicho a Graciela, confirmando lo que Lamar había intuido cuando escribió un ensayo sobre la poesía de Alvear, en el que manifestaba: “Veo en Luciano Alvear a un creador traicionado por su condición social”.

La carta de Alvear (dirigida a Emilio Lamar, a quien  nunca llegó a conocer) es un testamento espiritual y, a la vez, una sinopsis biográfica,un último acto de fe en la vida y en el destino, que le hará justicia, a través del testimonio de Emilio Lamar, el “emisario” de esta peculiar forma de rescate post mortem que Alvear urde en pro de su personal salvación.

En la novela subyace una condena implícita al arte purista, abstracto o meramente conceptual, opuesto al testimonio y al compromiso, en el sentido que sugeríamos al principio: escapismo o conciencia histórica.

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