Quai des brumes (1938) – Segunda parte

TituloNelly me contó que tuviste un mal encuentro con Brévin, dice Rouben. Apareció de pronto, empezó a acosarla, luego me llamó patán… Un tipo malencarado, que llevaba el coche, parecía dispuesto a liarse conmigo. Va siempre acompañado, por si hace falta atizarle a alguien. Tiene un par de bares, algunos meublés, hace contrabando… Ronda a Nelly desde hace algún tiempo, pero ella lo detesta, como ya te lo habrá dicho… Eso se ve en seguida, Rouben –corrobora Jean-.  Es lo que me agrada de ella, está viva, se rebela, lo mismo que yo. Creo que te has enamorado, Jean. Me basta pensar en ella para ponerme contento, incluso en días como este… Me alegro por ti. Lo mejor de la vida es  vivirla, al contrario de lo que le pasó a mi camarada Julien… Gracias a ti, no puedo quejarme, Rouben: hace unos días, no hubiera reconocido ni a mi propia sombra. En cambio, ahora, he ganado un amigo, tengo una chica y estoy a punto de ser otro hombre… Carette, ¿qué dijo? Dos días más, a lo sumo, tres. Te invito una copa, hombre nuevo, y te deseo lo mejor. No quiero ser toda mi vida una especie de heroecillo incomprendido, esperando su gran momento, ¿comprendes?… Incluso los grandes hombres, Jean, no llevan la vida que merecerían, únicamente la que pueden permitirse. ¡Menos mal que soy un sujeto normal! Vamos, bébete esa copa… Me iré a América del Sur, ¿cómo lo ves? Fantástico, navegarás por una tranquila corriente, debajo de arboledas pobladas de monos y cacatúas, y nunca más tendrás que preocuparte por la noche que se avecina… Hablas como si lo hubieras visto. Lo vi, hace muchos años, cuando era joven, responde Rouben.

quai_des_brumesBrévin entra en la tienda y saluda,  llevándose la mano al sombrero. Nelly lo ignora. Los periódicos… ¿son de hoy?, inquiere  burlonamente, reclinándose contra el mostrador. No le veo leyendo las noticias, señor Brévin, observa Nelly. Para estar bien informado, no necesito esta basura, replica él. ¿Viene solo? -insiste ella, con intención-. A esta hora, hay poca gente por la calle, no debería andar sin protección… ¿Y el tipejo que te acompañaba el otro día? Ese no es asunto suyo, señor Brévin, responde Nelly con firmeza. Brévin la coge imprevistamente por la barbilla: mírame cuando te hablo, niña, ¿para quién guardas tus atenciones? Si recibes alguna, quiero decir, vestida así, como si volvieras de un entierro… Te resistes a convertirte en una señora de verdad, ¿eh?  Cuando retire mi oferta, te arrepentirás… Váyase al diablo, señor Brévin.

6-passionLa campanilla de la puerta repica suavemente. Es Jean. La mirada torva de Brévin cae sobre él como una descarga de plomo. Jean se rehace de la sorpresa y pide un paquete de cigarrillos. Nelly se apresura en atenderlo. Brévin adivina que Jean venía de visita y sonríe maliciosamente. Estás despachado, ya puedes irte, patán –dice, sin mirar a Jean-. Y de hoy en adelante, ve a otro sitio a comprarlos, ¿me has oído? El estanco de Nelly no es el único en la ciudad… Jean se vuelve, despacio. ¡Vaya, es usted!, finge sorprenderse. La última vez, le faltó tiempo para salir por piernas. ¿Hoy no le acompaña su niñera? Ya me has oído, ¡fuera!, responde Brévin. Hay otros estancos, cierto, pero el de Nelly me cae más a mano… -responde Jean, sin inmutarse- ¿Alguna otra sugerencia? No venías a buscar cigarrillos, sino a visitarla –le recrimina Brévin-.Te lo advierto una vez más: ¡deja de tontear con ella! ¡Qué intuición, señor Brévin! -ironiza Jean-. Y le gusta dar órdenes, además. El problema es que nadie le lleva el apunte.

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Brévin pone la contera

 del bastón en el pecho de Jean y replica: No me gusta tu jeta, ya te lo dije. Si te encuentro otra vez rondando a Nelly, te arrepentirás… Haga el favor de dejarlo marchar, señor Brévin –interviene Nelly-. No quiero complicaciones en mi establecimiento. Jean recuerda los consejos de Rouben y procura contenerse. Me voy, pero no porque lo diga usted, señorito de mierda. Brévin retira el bastón y, con la mano libre, le propina una bofetada. Cogido por sorpresa, Jean se tambalea. ¡Déjele salir, señor Brévin, o llamo a la policía!, advierte Nelly, demasiado tarde.

Jean coge a Brevin por las solapas del abrigo y lo zarandea como a un monigote. Tus bravatas guárdalas para tus matones, chuloputas, malnacido –dice–. ¡Y jamás vuelvas a ponerme la mano encima, cabrón! Anda, ¡largo de aquí! Brévin se inclina despacio y recoge el sombrero y el bastón, que han caído al suelo. Llevo una pistola, podría dejarte seco en este instante, advierte, mirando a Jean con ira. ¿Tú? Deberías verte en un espejo, ¡estás que te cagas de miedo! Brévin gana la puerta y la abre, despacio. Eres hombre muerto, patán –exclama, recuperando su altanería-. No dirás que no te advertí! ¡Fuera de una vez, payaso!, exclama Jean. Luego, se aproxima a Nelly, la abraza. Está visto que sirvo sólo para traerte problemas, dice, a modo de disculpa.

Quai des brumes ventana¿Cómo ibas a saber que Brévin estaba aquí? -responde Nelly. Y añade, con premura-: debes irte en seguida, Jean. Podría regresar con alguno de sus hombres, o denunciarte. Recuerda que aún no tienes los papeles en regla… Jean inclina la cabeza, resignado. Nelly tiene razón. ¿Esta noche, en Chez Rouben?  Allí estaré, Jean, querido, pero márchate ya, por favor… Se besan, en una reacción tan natural como imprevista.

No vuelvas por aquí, ni vayas a ver a Nelly –recomienda Rouben- Carette te procurará un sitio, hasta que tengas la documentación.  ¡Ahora debo esconderme, como una rata, por culpa de ese miserable! Brévin podría echarlo todo a perder, Jean, ¿te das cuenta? Vamos, anímate. Al destino hay que ponerle cara de perro rabioso, como si le dijeras a mí no te atrevas a joderme. Julien tuvo peor suerte, tenlo siempre en cuenta. Perdona, Rouben; por momentos, me parece que todo es un espejismo, que no llegaré a ninguna parte. Y me domina el miedo, como cuando murió Julien. Tú no eres Julien, afortunadamente. No hay dos vidas iguales, ni dos muertes iguales, Jean…

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Marcel Carné, Michelle Morgan y Jean Gabin durante el rodaje

¿Quedó bien, eh? Paul Aronde, nacido en Montpellier –por cierto, una vez estuve allí-, comerciante… Ah, necesito un anillo, el mejor que tengas, para una chica de primera. Anillos, colgantes, relojes, míralos y elige, Jean.

Este, me gusta este. Buen ojo, es de los caros. Jean busca su cartera, pero Carette hace ademán de detenerle. Has pagado una buena suma por tus papeles, Jean –dice-. Además, Nelly y tú me caéis simpáticos: quédatelo como recuerdo. No es forma de hacer negocios, Carette, ¿dónde irás a parar? Clientela no me falta, Jean; en cambio, los amigos no tienen precio…

¿Quieres ver a un hombre nuevo? ¡El pasaporte! Precisamente, Nelly. En dos días, soltaré amarras y diré adiós a mi antigua vida… ¿Y yo? ¿Seré parte de la nueva? Si no te importa vivir con un fantasma… Para mí, serás siempre Jean, aunque tus papeles digan otra cosa. Tampoco yo me llamo Nelly, por cierto: en el correccional, elegíamos nombres de las revistas de moda y jugábamos a ser otras. Ninon, Marielle, Chantal… Nelly me pareció muy chic… ¿Y cómo te llamas, en realidad? Te lo diré cuando estemos lejos de aquí, de la niebla, de esta lluvia interminable, y me pidas que sea tu mujer… Dame tus manos, Nelly. Tómalas, son tuyas, soy tuya… A tu llegada, habrá alguien, muy parecido a mí, aguardándote, te lo prometo. Te preguntará si eres nueva en la ciudad, y si buscas alojamiento. Paul Aronde, a su servicio, dirá. Ve con él, no te decepcionará… Quiero quedarme contigo esta noche, Jean; sería la primera vez que estemos más de una hora juntos, sin escondernos, a solas… Está bien, pero ahora debes marcharte…

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El hombre que sigue los pasos a Jean informa a Brévin que Nelly y ese tipo siguen viéndose. ¡Furcia asquerosa! – exclama Brévin- ¿Has averiguado algo más? El tipo en cuestión pernocta en el Hotel du Nord, aunque su nombre no figura en el registro. Bueno, vamos a terminar esto de una vez, dice Brévin.

No me mires, debo de estar horrible –murmura Nelly, aún soñolienta. Jean se arrima al calor de su cuerpo.- ¿Aún estás dispuesto a arriesgarte? –pregunta,  en broma- Vivirías más tranquilo solo, sin ataduras… Ahora soy un hombre libre, es cierto, pero la libertad, si no podemos regalársela a alguien, sirve de muy poco –responde Jean-. El miedo al compromiso es propio de egoístas y de cobardes, y yo no soy ni una cosa ni la otra… Te enviaré el dinero para el pasaje, además… Noticias demasiado buenas, tan temprano -sonríe Nelly, desperezándose- ¿Qué día es hoy? Un día distinto, un día nuevo –enfatiza Jean-. Y ni tú ni yo somos los mismos que ayer, Nelly, ahora estamos juntos. Guardaré el anillo en un lugar seguro; cuando sea tu esposa, lo llevaré todos los días. Entre nosotros,  te llamaré siempre Jean, ¿de acuerdo?. Y yo, mi ángel de este puerto triste, hasta que me digas tu verdadero nombre… Bésame una vez más, Jean…

el muelle de las brumas 1Una callejuela estrecha y húmeda, con garajes y portones cerrados, a derecha e izquierda, conduce al embarcadero. La niebla no se ha levantado del todo. Hoy tampoco saldrá el sol –piensa Jean-; claro, estamos en El Havre. Lleva un abrigo grueso, sombrero, y una maleta. Un coche avanza despacio y se aproxima a él, por detrás. Jean se apercibe de su sigilosa presencia, pero antes de que pueda volverse, suenan tres disparos. Jean cae de bruces, como si lo hubieran empujado, la mano aún aferrada a la maleta. El coche continúa su lenta marcha, dobla a la derecha  y desaparece de la vista.

Algo más tarde, un estibador encuentra  el cadáver de Jean. A lo lejos, se escucha la sirena de un barco que se hace a la mar.  

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