Desde ambas orillas, o el doble rechazo de Raúl Teixidó

A propósito de A la orilla de los viejos días

por  Josep M. Barnadas*

El escritor Josep Barnadas

Libro de nostalgias y, también, de ajuste de cuentas con los recodos de la memoria y de la vida misma; libro, a fin de cuentas, de melancólico homenaje que el autor rinde a la memoria de su madre.

Abriendo la marcha, recupera el texto titulado Memoria de la luz (1992), incluido en una obra anterior (Jardín Umbrío, objeto de un emotivo comentario de Matilde Casazola), y que puede considerarse un “concentrado” de todo lo que se leerá a continuación, tomando, como punto de referencia el tríptico La Casa, Estudiante y La Ciudad, que nos ofrece la trémula rememoración de una infancia y de una adolescencia (que ahora percibe como básicamente plácidas), de la casa natal, a los pies de La Recoleta, en las alturas de Sucre; de sus escasas y fieles amistades. Pieza que el propio autor define de “breve recorrido por la nostalgia y el recuerdo”.

Pero lo nuevo, que es propiamente el relato de una vida cualquiera, sin estridencias convencionales, la de Teixidó, nos permite reconstruir también un tramo de la vida sucrense durante los años 50 y 60.

Universidad Mayor San Francisco Xavier

Hijo de una familia “trasplantada” (padre catalán, madre paceña), estudia Bachillerato en el Sagrado Corazón y Derecho en la Universidad de San Francisco Xavier. Entretanto, se han ido manifestando sus auténticas pasiones: cine, lectura, literatura… en la medida que se lo permite, claro está, la ciudad provinciana a que se ha reducido Sucre (¿desde 1899 o 1952?) Lo que, a la vez, representa una fuente de frustraciones para el joven aprendiz: el sueño de formarse en Cinematografía en el extranjero, se quedará en eso, un  sueño.

Concluida la carrera de abogado, es reacio, sin embargo, al ejercicio de la profesión, pero el medio no le da acceso a otras alternativas que el oscuro trabajo en la Biblioteca de la Facultad o la enseñanza secundaria y universitaria.

A estas alturas, cuando daaba los primeros pasos firmes en la letradura, un viaje a La Paz le pone en contacto con otro valor incipiente de la literatura nacional, Marcelo Quiroga Santa Cruz, que había ganado recientemente el Premio Faulkner por su novela Los Deshabitados y era, asimismo, cinéfilo. Esa amistad robustece la vocación literaria de Teixidó, que ya había recompensada con un premio primerizo, el de Cuento, otorgado por la Fundación Edmundo Camargo, de Cochabamba, en 1965.

Y, de repente, una especie de beca hace realidad sus ansias de evasión: sale al “extranjero” (¿lo es, verdaderamente?) y allí permanece a lo largo de tres décadas.

Que Teixidó en uno de los deshabitados descritos por Marcelo Quiroga, se pone en evidencia en cada una de las páginas de A la orilla de los viejos días.

¿Estamos ante un “inadaptado”? Por supuesto.

Resulta por demás obvio que, en su vida personal, ha ido tejiendo afanosamente una enorme “distancia de seguridad” respecto a cuanto le rodea. En el fondo, le repugna, ¡le asfixia!, la medianía y la vulgaridad de (¿todo?) lo que le circunda; no es capaz de entusiasmarse con las “vías de escape” de la política ni de lo tinteril. Seguramente por esta razón, no retornó, ni en calidad de “turista”, a su tierra de nacimiento. Su mundo ya no existe (el humano, por la muerte o la dispersión migratoria hacia otras latitudes; el material, por el urbanismo). Hay aquí una vieja y profundísima herida no cicatrizada.

Pero ni un mundo ensombrecido, como el de Teixidó, puede evitar cierta dosis –muy selectiva, por cierto—de sociabilidad. Y sus memorias dejan constancia de ella: son maestros en su juvenil etapa, por ejemplo, Gunnar Mendoza, Director de la Biblioteca y Archivo Nacional, Carlos Morales y Ugarte (Catedrático de Medicina Legal) o Roberto Alvarado Daza, prominente político y admirado cacique y protector universitario (fallecido en 1972, de un ataque cardiaco, en las mazmorras banzeristas-emenerristas-falangistas).

También es amigo suyo el deslumbrador poeta Eliodoro Ayllón Terán y su fiel “cómplice” en la cineadicción, Carlos Lora, junto a quien Teixidó alcanzó la erudición que, en este tema, derrocha en sus memorias.

Este es el mundo de Teixidó: un mundo excéntrico y marginal, pero tallado a su gusto y medida. Un mundo, después de todo, de cierto refinamiento; en todo caso, un mundo elitista, a todos los efectos.

¿Cuándo entenderemos que el “elitismo” también puede ser una forma de protesta (y, al mismo tiempo, de supervivencia), opuesta a la simple vegetación conformista?

Granja d’Escarp, en Lérida

Al comienzo, he aludido al elegíaco canto que el autor entona a su madre. No hace otro tanto para con su padre. El tema va más allá de la curiosidad impertinente: estamos ante un silencio tan elocuente como enigmático. Nada en las memorias de Teixidó identifica claramente a su padre como catalán, oriundo de Granja d’Escarp, provincia de Lérida.

Todo lo contrario, nos lo pinta envuelto en una confusionaria (por tópica) “españolidad”, sin referencia lingüística alguna ni contenido efectivo relacionado con la vida cotidiana de aquella presunta filiación nacional. Sin embargo, Teixidó reside en Cataluña.

No obstante, por lo que se puede deducir de ciertos “datos objetivos”, también allí vive como en una isla solitaria (¿incluso lingüísticamente?), uno diría que “automarginado”, pues no ha incursionado, creativamente hablando, en el mundo literario catalán.

¿Estamos acaso ante una vida sometida al shock de un autoexilio de “segundo grado” (mitad por opción, mitad por impulso vagamente masoquista). ¿No estamos, también, ante una “vida por redimir”, parafraseando el título de uno de sus ensayos?

Fruto parcial y la otra cara simétrica de todo ello es el devoto culto a una nostalgia: la de la blanca, pequeña, ciudad de su niñez y juventud, sentida, a causa de los años transcurridos, como una Ítaca de retorno definitivamente inviable. Curiosa y anacrónica reencarnación de aquella reconcentrada y ófrica atmósfera que popularizó el existencialismo francés de hace medio siglo…

La literatura boliviana sigue contando con un  fiel y lejano soldado: con este volumen de memorias viene a engrosar su escuálido capítulo dentro de este género. Y lo hace por unos senderos marcadamente personales (los propios del autor, claro está), que bordea, a ratos, la alergia respecto a cualquiera de estos dos tipos de contagio: lo chabacano y lo convencional. En este punto, su voluntad de estilo es innegable.

Cabe, pues, formularse las dos siguientes preguntas: ¿qué habría sido de Teixidó si hubiese decidido amarrarse a su ciudad mítica? ¿Qué habría sido de la literatura boliviana contemporánea si Teixidó, Prada, von Vacano, Shimose, Rivera Rodas, Mitre, García Pabón, Alcázar, Pastor, los Soria (Mario y Willy) y tantos otros viviesen plenamente entre nosotros?

Abismales preguntas, pues si es verdad que uno puede ser ciudadano de donde tiene puesto el corazón, no lo es menos que las distancias imponen sus servidumbres…

* Publicado en 1995 en “El correo literario” (Sucre).

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